27.2.07

Desarmando la ‘crítica constructiva’

Presentamos un excelente artículo de don Luis Jaime Cisneros. Nos dice que "toda crítica encierra, supone un empeñoso afán de colaboración", y, "Los que piden ‘crítica constructiva’ no saben, en verdad, lo que piden! Qué importante es tener educadores sabios -no sólo inteligentes- que vayan más allá de sus intereses, y que acepten también la crítica que se les puede hacer a ellos mismos. Es también un texto de lectura comprensiva, pero para los directivos o autoridades de todos los niveles. Gracias al maestro Cisneros.
Leamoslo atentamente.

Foro Freire. Desarmando la ‘crítica constructiva’ Luis Jaime Cisneros.
La República. Domingo, 25 de Febrero 2007
Leyendo con atención la prensa diaria durante estas últimas semanas me he visto tentado de comparar la actitud de cronistas y lectores respecto de la crítica, con la misma actitud que se suele advertir en los medios universitarios y escolares. La gente no parece advertir el sentido de la crítica, y de ahí ha surgido esta inexplicable alusión a la ‘crítica constructiva’, nefasta aclaración que se sienten llamados a utilizar los que no quieren ser catalogados como ‘enemigos’. Para discutir sobre crítica, es necesario aclarar que toda crítica encierra un empeñoso afán de colaboración. Ningún neurólogo critica asuntos neurológicos ante un auditorio de expertos textiles. Por eso conviene, de entrada, analizar este absurdo sintagma tan recorrido: crítica constructiva. Un análisis de ambos términos revelará cuándo cobra sentido su asociación sintagmática. En primer término, puedo hacer la crítica de A desde una posición anti A, contraria a los fines de A. Puedo, asimismo, formular la crítica de A desde una posición B, coincidente con A en lo relativo a los fines, pero discrepante en cuanto a los procedimientos para alcanzar dichos fines. Es evidente que la posición anti A podría ser calificada como negativa por los partidarios de A, y como muy positiva por los de anti A, en tanto que para unos niega la eficiencia de sus fines, y para otros esa negación resulta positiva, por cuanto afirma otros fines distintos. Pero lo que la hace en verdad negativa o positiva no es eso.
Lo positivo deriva del provecho que para la ciencia y el perfeccionamiento saquemos tanto los partidarios de A como los de anti A. Ello implica que la crítica negativa es aquella que recurre a armas vedadas, que no encara los temas en el único terreno que la crítica es respetable. La mala fe, por lo pronto, no es un instrumento científico de la crítica. Lo que conduce al escándalo impide la reflexión. La intemperancia es enemiga de una actitud reflexiva. Quien exige ‘coincidencias’ no asume posición científica alguna, sino que busca el imperio de la arbitrariedad. Eso puede producir el halago, pero no propicia el camino hacia la razón ni hacia la verdad. La ‘autoridad’ científica no tiene nada que hacer con el poder político (ni con ninguna de sus deformaciones). Los que piden ‘crítica constructiva’ no saben, en verdad, lo que piden. Asignan prioridad al adjetivo constructiva, cuyo valor connotativo tiene para ellos prioridad sobre un supuesto (y negado) valor denotativo de crítica. Pues bien, hay que mostrarles el error de perspectiva que los amenaza. Crítica es ahí adjetivo de opinión, y constructiva refuerza lo que crítica tiene de denotativo. Toda crítica supone una colaboración: hay siempre en ella una voluntad de mejorar la visión para obtener más claridad; entraña un afán de perfección y, por lo tanto, de eficacia. Dicho en pocas palabras: constructiva no es (ni podría ser, por razones etimológicas) sinónimo de positiva ni es antónimo de negativa. Una crítica dura es tan constructiva como una intervención quirúrgica lo es para un paciente, a quien busca devolver la salud, es decir, el funcionamiento correcto y la buena fisonomía. Lo que el crítico debe evitar es el elogio impertinente.
En estas semanas, las críticas más diversas han hecho uso y abuso de la argumentación. Para muchos, argumentar es instrumento ideal de la crítica. Es cierto: la argumentación es un recurso de todo el que solicita adhesión a sus planes, ideas o propósitos. Se recurre a la argumentación para persuadir a un auditorio de la bondad y eficacia de sus tesis, así como se la necesita para combatir las tesis opuestas. Pero bueno es precisar algunas cosas: la argumentación supone, ante todo, que el planteamiento por defenderse no es evidente, puesto que la evidencia rechaza todo tipo de argumentación. Recurrir a la argumentación es reconocer la condición de discutible de una tesis: anuncia que el asunto es opinable. Esto equivale a admitir (y reconocer) la competencia de otros argumentos para las tesis ajenas y/o contrarias.
De otro lado, la argumentación anuncia que el argumentador sabe (o supone, con buena fe) que el auditorio al que va ofrecida la argumentación se halla en condiciones de razonar y de optar por un argumento u otro. De lo contrario, no tiene sentido recurrir a la argumentación. Si no reconozco que mi oyente está en capacidad de seguir y discutir mis argumentos no tiene sentido recurrir a la argumentación.Y algo, que es fundamental. Argumentar implica que los temas, las tesis, que uno defiende son plausibles. Es de vieja sabiduría que lo imposible nunca podrá someterse a argumentación. Lo arbitrario no se argumenta, sino que se impone coercitivamente. Y entonces, estamos fuera del plano intelectual, estamos ante hechos ajenos a la escuela, a la universidad, a la educación. Una última adición. Cuando uno resuelve argumentar, tiene en cuenta al auditorio. El auditorio es la meta de todo propósito argumentativo: las condiciones y habilidad del que me escucha explican y justifican el esmero con que preparo mi argumentación y respaldan mi estrategia.
José Rouillon Delgado
25 febrero 2007

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